Me encargaron realizar un mural sobre un fondo marino encima de una piscina. Tardé dos años en decidirme. Aunque el proyecto era atractivo sabía que tenía mucho trabajo por delante y que no iba a ser fácil. Como no tenía idea de ese mundo tuve que investigar a través de películas y documentales sobre el mundo submarino, las distintas familias de peces, de plantas, sus corales, sus montañas, etc…
Hice varios bocetos con la idea general y las familias de peces que iban a aparecer en el mural y cuando estuvo todo claro y se dio el visto bueno me dispuse a comenzar el trabajo. Lo primero que tuve que superar fue el miedo a caerme al agua, ya que trabajaba sentada encima de unos tablones que se movían cuando andaba por encima de ellos o me levantaba o me sentaba.
La piscina estaba situada junto a un jardín en una casa en el campo en plena naturaleza. El trabajo lo realicé a lo largo de varios meses, desde finales de agosto a finales de diciembre en sesiones de dos días cada mes los fines de semana.
Cuando todo estuvo preparado me metí de lleno a pintar pero de una forma que era nueva para mí, como si no fuera yo la que pintaba. Me sentía fundida con el espacio que me rodeaba. El olor de las flores, el sonido de los árboles al moverse con el viento, el canto de los pájaros, la luz del entorno… todo ello me sumergía en algo invisible que no lograba entender. Fueron cinco largas sesiones a lo largo de cinco meses y el silencio y la quietud me acompañaron todo el tiempo.
La construcción de la memoria.